Imprudencia en Castelldefels
27 Jun
Me ofende unanimidad monocorde mediática y bloggera respecto a la imprudencia de las personas que en la noche de San Juan murieron al ser atropelladas mientras cruzaban las vías de tren en la estación de Platja de Casteldefels. Parece que imprudencia sea una palabra de punto y final. Fueron imprudentes, luego no hay más que hablar, dicen los media. Los bloggers, en su estilo informal, son más directos: fueron gilipollas (luego merecían morir). Me ofende la insensibilidad de este enfoque porque, ¿quién no tiene un amigo/a gilipollas a quien sin embargo aprecia de veras y lloraría su muerte si llegara el caso?; y también me ofende su esterilidad.
Parece que imprudencia es la palabra idónea porque hace recaer sobre las víctimas la responsabilidad de sus actos y porque al mismo tiempo tiene un aire de desacalificación. El problema que tengo con esta palabra es que es demasiado cerrada y no transmite la más mínima empatía. ¿No hay nada a amar en la imprudencia de esos chicos? ¿Nada a salvar?
Aunque admiro el alpinismo, considero que una persona que se proponga subir al Everest es, como mínimo, imprudente. Sin embargo, nuestra sociedad admira los valores que animan esa imprudencia (esfuerzo, superación, capacidad de sufrimiento, resistencia a la soledad…), financia esas imprudencias y llora las pérdidas humanas cuando los dispositivos de rescate no pueden evitarlas. Luego eso significa que es posible elaborar un sentido a las imprudencias, aunque también es posible que el sentido solo se vea desde dentro (si eres alpinista, si eres tal, si eres cual).
En Castelldefels, sin embarglo, la moraleja parece ser: el que la hace la paga. Como si fuera la única moraleja posible, la más natural del mundo. Pero digo yo que eso de que el que la hace la paga no debe ser tan natural cuando en muchas ocasiones no se aplica. Véase, sin ir más lejos, la crisis financiera: El que la hace no la paga. La actual cultura empresarial sostiene el discurso de que para ganar hay que arriesgarse. Entre correr riesgos y ser imprudente no hay tanta diferencia ¿no? Bueno, hay una diferencia bastante grande, porque una cosa es correr riesgos con tu propia vida y otra es correr riesgos con el dinero de los demás y encima tener la red de seguridad de todos los sitemas políticoeconómicos que van a venir a rescatarte si arriesgaste demasiado.
No hay nada de natural en el automatismo mental que se ha disparado tras el accidente de Castelldefels (el que es imprudente que se atenga a las consecuencias). Si se dispara este automatismo es porque no se ha elaborado un sentido a lo ocurrido, un sentido colectivo, que nos ataña a todos/as. Y, a falta de ese sentido, la cuestión queda como meras decisiones individuales de consecuencias privadas (cada cual paga por lo suyo).
Por ejemplo, a los chicos y chicas que dentro de una patera pretenden navegar por el atlántico y zafarse de todos los controles fronterizos no les llamamos imprudentes, ni siquiera cuando se ahogan. No son imprudentes, porque de alguna manera entendemos el sentido de esa imprudencia, y entonces, puesto que tiene sentido, tiene valor y ya no es imprudencia sinó otra cosa.
El accidente de Casteldefels ya es suficientemente triste, pero aún me entristece más, si cabe, no encontar ningún intento de preguntarnos, más allá del cruce de las vías, si para los chicos tiene algun tipo de valor su particular manera de vivir su juventud, su precariedad y su no-seguridad. Preguntarnos qué valores se están elaborando desde dentro para poder entender si algo de esto tiene sentido.
El discurso de la seguridad avanza porque se supone que hay muchas amenazas. En mi barrio todas las calles están vigiladas con cámaras, para mi seguridad claro. El miedo se hace cuerpo en los transtornos de ansiedad y en los ataques de pánico. Desde lo más grande a lo más pequeño, el debate sobre la seguridad avanza. Pero la seguridad no es un derecho, nadie puede garantizarla a nadie. La seguridad es un ambiente, una percepción y, en el mejor de los casos, algo que nos damos todos a todos.
La realidad que habitamos presenta una doble cara paradójica. En el suelo, en la base, precariedad generalizada, material y existencial. Y en el aire, en el ambiente, la seguridad es lo más importante. ¿Cómo sobrevive en esta realidad compleja y cínica gente joven como la que cruzó las vías? Quizás haya algo en esas maneras jóvenes de existir, en esas maneras de sobrellevar la precariedad, que tengan mucho que decirnos. Quizás sean las únicas que puedan desarmar la paranoia seguritaria. O quizás no. Quizás solo haya no-futuro y desprecio a la vida propia y ajena. Pero molaría, como mínimo, pararse un momentín a pensarlo ¿no?
Quizás te interse mi post Castelldefels, la muerte joven y los comentarios, escrito antes que este.
Y aquí podéis leer cómo me fulminan en menéame.
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